Cerca de un grupo de encinas se sentaron a apaciguar su sed. Nunca antes se habían sentido tan agotados. Nunca antes sus ojos se entornaron tanto en un intento de filtrar el sol cercano al mediodía. Habían pasado horas. Ligeras al principio, cuando la brisa era fresca y la hierba que bordea el camino era una alfombra salpicada de brillantes gotitas. Más largas después, cuando, con ayuda de la mano a modo de visera, intentaron atisbar el campanario. Debía estar allí, en algún punto del camino pues el viento traía el eco de una campana de forma irregular y juguetona. Pero, ¿dónde?
Decidieron así descansar y abandonarse al suave rumor del zumbido de los insectos, hipnótico en aquel paraje.
Una campana, fuerte y rotunda, les despertó de pronto. Bienvenidos, les dijo. Bienhallada, respondieron. Se incorporaron y con los ojos de quien se reencuentra con un ser querido recorrieron con la vista aquellas piedras antiguas que se alzaban hasta anclarse en las altas nubes. Y las palmas de sus manos acariciaron agradecidas su superficie rugosa y fresca.
Habían llegado.
La mejor forma de hacer tus sueños realidad es despertarse. Paul Valery